viernes, 24 de octubre de 2008

todorov





Gracias Señor Todorov, gracias amigo extranjero.
Premio Príncipe de Asturias. Este es su discurso de agradecimiento.

Antes de la época contemporánea, el mundo jamás había sido escenario de una circulación tan intensa de los pueblos que lo habitan, ni de tantos encuentros entre ciudadanos de países diferentes. Las razones de tales movimientos de pueblos e individuos son múltiples. La celeridad de las comunicaciones incrementa el prestigio de los artistas y de los sabios, de los deportistas y de los militantes por la paz y la justicia, poniéndolos al alcance de los hombres de todos los continentes. La actual rapidez y facilidad de los viajes invita hoy a los habitantes de los países ricos a practicar un turismo de masas. La globalización de la economía, por su parte, obliga a sus elites a estar presentes en todos los rincones del planeta y a los obreros a desplazarse allá donde puedan encontrar trabajo. La población de los países pobres intenta por todos los medios acceder a lo que considera el paraíso de los países industrializados, en busca de unas condiciones de vida dignas. Otros huyen de la violencia que asola sus países: guerras, dictaduras, persecuciones, actos terroristas. A todas esas razones que motivan los desplazamientos de las poblaciones se han sumado, desde hace algunos años, los efectos del calentamiento climático, de las sequías y de los ciclones que este conlleva. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, por cada centímetro de elevación del nivel de los océanos, habrá un millón de desplazados en el mundo. El siglo XXI se presenta como aquel en el que numerosos hombres y mujeres deberán abandonar su país de origen y adoptar, provisional o permanentemente, el estatus de extranjero. Todos los países establecen diferencias entre sus ciudadanos y aquellos que no lo son, es decir, justamente, los extranjeros. No gozan de los mismos derechos, ni tienen los mismos deberes. Los extranjeros tienen el deber de someterse a las leyes del país en el que viven, aunque no participen en la gestión del mismo. Las leyes, por otra parte, no lo dicen todo: en el marco que definen, caben los miles de actos y gestos cotidianos que determinan el sabor que va a tener la existencia. Los habitantes de un país siempre tratarán a sus allegados con más atención y amor que a los desconocidos. Sin embargo, estos no dejan de ser hombres y mujeres como los demás. Les alientan las mismas ambiciones y padecen las mismas carencias; sólo que, en mayor medida que los primeros, son presa del desamparo y nos lanzan llamadas de auxilio. Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia.Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera. Nadie es definitivamente bárbaro o civilizado y cada cual es responsable de sus actos. Pero nosotros, que hoy recibimos este gran honor, tenemos la responsabilidad de dar un paso hacia un poco más de civilización.

jueves, 23 de octubre de 2008

libertad de prensa





La corrupción y ETA lastran la libertad de prensa
M. RUIZ DEL ÁRBOL - Madrid - 23/10/2008

EL PAÍS

España ha bajado del puesto 33º al 36º en la lista sobre libertad de prensa que elabora anualmente Reporteros sin Fronteras (RSF). Junto con Italia, Francia y Grecia es uno de los pocos países europeos con democracias consolidadas que no están entre los más libres de los 173 de la lista y ha descendido en sus posiciones.
La ruptura de la tregua de ETA está entre los principales motivos del descenso de España. "Sólo en el País Vasco hay 42 periodistas con escolta y no podemos olvidar el atentado el pasado junio contra la rotativa del diario El Correo", se lamenta la presidenta de RSF en España, María Dolores Masana. Pero no es el único motivo. Ejercer esta profesión en las provincias aquejadas por la corrupción urbanística es peligroso. El director de la web noticiasdemurcia.es, Chema Gil, fue amenazado de muerte y agredido mientras circulaba con su coche. Investigaba la corrupción del ladrillo. El informe menciona también la sentencia contra la revista El Jueves por publicar una viñeta de los Príncipes de Asturias practicando sexo. O el boicoteo al Grupo PRISA, empresa editora de EL PAÍS, declarado por el PP en marzo de 2007. Al comunicar la ruptura de relaciones con este grupo, el principal partido de la oposición se dirigió "de manera muy especial a los accionistas, anunciantes y clientes" de PRISA.
"Es común en España y Europa que las informaciones se resientan por presiones ejercidas desde el mundo político y el empresarial", dice el informe. El 50% de periodistas, bloggers y directores aseguran que se han autocensurado.

Elías Querejeta


Dicen de la prensa que será la literatura del siglo XXI. Yo jamás comulgaré con ese tipo de afirmaciones porque no hace falta, porque está muy bien como está ahora, es decir, la prensa, prensa y la literatura, literatura. Pero también es verdad que las fronteras se difuminan en determinados casos y aunque en el caso que sigue, nuestro protagonista ni sea periodista, ni sea escritor, es verdad que uno no sabría distinguir. Bendito sea este productor de cine porque le sientan fatal las etiquetas y porque, por lor lo visto, todo lo hace bien.



La crisis
ELÍAS QUEREJETA 23/10/2008


Un amigo de toda la vida me lo contó con precisión hace ya unos cuantos años. Para su padre el cine era una pasión y además su forma de vida. Y, al parecer, muchas veces, al llegar a casa hablaba de su trabajo y, según recuerda mi amigo, la pasión daba sentido y gracia a sus palabras. Y, también, una forma de preocupación que, aquel hombre al que nunca conocí, trataba, según cuenta mi amigo, de ocultar.
Un día, la pregunta me surgió como una necesidad: ¿por qué?, ¿por qué ocultaba su preocupación por el cine? Mi amigo tardó en contestarme. Al fin, me miró de soslayo y dijo: "Mi padre no quería transmitirme su malestar"... Y calló. Yo no pude contener una nueva y simple pregunta: ¿Por qué? Le daba miedo contagiarme. Volví a preguntar: ¿por qué? Entonces, mi amigo cruzó su decidida mirada con la mía. Sus palabras fueron rotundas: el cine estaba en crisis... no... más bien es una crisis insuperable. Mientras hablaba, mi amigo dio unos pasos. Se alejó de mí. Y, de pronto, giró la cabeza y volvió a cruzar su mirada con la mía. Desde entonces, la palabra crisis unida a la de cine (o sea, cine en crisis) me ha perseguido a lo largo de toda mi vida.
Poco después conseguí romper el silencio y pregunté: ¿Pero no crees que ahora la crisis es real y tal vez definitiva? Mi amigo volvió, decidido, a su caminar. Se alejó, y cuando ya la distancia entre los dos era como de 20 metros giró y lentamente se fue acercando. Antes de llegar cerca de mí levantó la voz: "Ninguna crisis es insuperable si se analizan bien los elementos que la contienen. En este momento es muy claro que las nuevas tecnologías han supuesto una sustancial modificación en la forma de realizar cine y en la manera de contemplarlo. En poco más de un siglo las variaciones que se han producido en la forma de hacer y ver cine han sido constantes. Tal vez, por eso, mi padre tenía razón cuando decía que la crisis no se detiene. Pero esas modificaciones han supuesto que el cine, como forma de expresión, ha cobrado un mayor significado dentro del desarrollo cultural. Hoy, las nuevas tecnologías abren más posibilidades a la narración cinematográfica. Nuevas cámaras, nuevos soportes, nuevas pantallas. De tal modo que hoy estamos casi tan cerca de poder narrar a través de una pantalla como de un libro. Y con una particularidad. Hoy se ve más cine que nunca, pero en pantallas muy diversas y llenas de piratería. Todo ello nos conduce a una crisis profunda. Pero si sabemos ordenar y potenciar los elementos que configuran la crisis, el cine adquirirá una potencia económica y cultural muy superior a la que hasta ahora ha tenido". Mi amigo me mira. Casi rompe a reír. Estira con rapidez su brazo y su puño izquierdo cruza mi mandíbula como una forma de caricia. Una manera de acabar nuestras conversaciones.
Mi amigo se llama Tedy Villalba. Y no está en crisis.

Elías Querejeta, productor de cine, recibirá mañana en Valladolid la Espiga de Honor de la Seminci como homenaje a toda su carrera.

Santiago Auserón


Aquí tenéis esta tribuna de BABELIA fechada el 20 de septiembre de 2008. Me parece una joya por parte de uno de los músicos -Santiago Auserón- menos reconocido de este extraño país. Me parece que para no ser escritor -insisto- es una joyita.


TRIBUNA: Santiago Auserón
Canciones que todavía no existen
Santiago Auserón 20/09/2008


Con la última década del pasado siglo, la sociedad española iniciaba un giro de signo muy distinto a los cambios que durante la transición permitieron llenar el aire de nuevas canciones. Las marcas comerciales se adueñaban del deseo de ser o parecer rockero, mientras el poder orientaba con deliberación sus consignas hacia la pasión por el deporte. Toda una generación de deportistas españoles sube hoy a lo más alto del podio, el deporte se ha convertido en gran empresa pública. Las canciones entretanto han perdido todo afán de originalidad, forzadas por el cálculo de audiencia en los medios. Los jóvenes hacen cola para probar el estrellato, listos para soportar cualquier humillación, siempre y cuando sea ante las cámaras, con la bendición de sus padres. Los concursos televisivos de canto proliferan, mientras el repertorio se limita a la repetición estéril. La pasión por el deporte -el amor popular a sus ídolos quemados en pocos años- y la banalización comercial de las canciones parecen responder a un mismo patrón ético que no resulta ser ni musical ni deportivo. En la Grecia antigua la música compartía con la educación física la responsabilidad de formar buenos ciudadanos. ¿En manos de qué oscuro sentido del bien común han cedido una y otra sus valores?
Los adolescentes intentan escribir nuevas canciones, pero la sociedad mediática les da la espalda, atenta sólo al estribillo conocido. El público educado por el rock envejece llenando festivales de jazz. La música de improvisación se ha hecho merecedora de reconocimiento por aunar la tradición afroamericana con el flamenco, pero necesita nuevas canciones para no repetir siempre la misma copla. Una buena canción no nace del talento solitario, sino de una trama de implícitos renovados por el ingenio popular, cuando se opone al chiste recurrente. La canción pone en juego una modalidad de inteligencia que pocas veces se desarrolla en las aulas, nunca entre los que especulan con el suelo o la audiencia pública. Estamos ante un serio problema educativo. La excusa para frenar la cultura heredada de los sesenta es la supuesta tendencia de los jóvenes a confundir música y vicio. Suposición errónea, si atendemos a la generalización de la corrupción en otras capas de la sociedad. La cultura del rendimiento forzoso se parece mucho al uso de estímulos artificiales. Lo que se teme de los jóvenes no es tanto la formación de malos hábitos, más propios de los adultos, sino la capacidad de concebir algún valor que no se reduzca a mercancía. La educación musical no solamente influye en el sentido de las proporciones, como decían los antiguos griegos, sino que nos convierte en testigos y artífices de vínculos que ningún programa político recoge. Sin buenas canciones los especuladores triunfan, pero los deportistas no saben qué entonar en sus celebraciones. Los humoristas se ponen pesados, las artes y las letras se quedan sin un aliado imprescindible. Los políticos imponen su visión restringida de lenguas y naciones, la sociedad entera sufre una carencia de aire fresco, de ganas de inventarse.
¿Se imaginan un país en el que se pusiera de moda renunciar a toda forma de beneficio poco honesto, donde el machismo no se cobrase una sola víctima, donde las diversas comunidades y lenguas se exigiesen unas a otras lo mejor de sí mismas, en vez de replegarse sobre un sacrosanto simulacro de identidad? Ese país sólo existe en las canciones. En las canciones que todavía no existen. Pero es el único que reconozco como propio.
Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) es cantante y escritor de canciones.